NUESTROS HÉROES: ALAIN BAUDENA

NUESTROS HÉROES: ALAIN BAUDENA

Por Gustavo Feder

Quienes soñamos alguna vez con ser diseñadores de autos sentimos una profunda admiración por aquellos que lograron plasmar en un objeto concreto sus ideas, ya sea a través de un producto de fabricación masiva, un fuera de serie o una fiera de competición.

Alain Baudena se alista en el privilegiado y reducido lote de diseñadores-constructores que desarrollaron su talento en nuestro país. Fue testigo y protagonista de una época de cambios vertiginosos en el automovilismo y aportó su capacidad creadora para dar respuesta, desde el diseño, en los huecos que dejaba una impúber industria automotriz argentina.

Escuchar su historia es sentir los martillazos sobre el metal, oír el chasquido de la soldadura, cegarse con los chispazos de la amoladora y respirar el thinner del taller.

Baudena es un apellido con linaje automotriz. En los albores del siglo XX, Pedro trabajaba como capataz de chapistería en la sección de carrocerías de la planta que Fiat había erigido en la industriosa Turín, su lugar de nacimiento. Dante, su hijo, seguiría sus pasos. Con poco más de 10 años se inició en el oficio de carrocero. Hacia 1934, la familia se estableció en Niza, Francia. Ese año Dante abrió su propio taller. Allí pudo desplegar todo su talento y creatividad que fue reconocida en diversos concursos de elegancia celebrados en Cannes, Montecarlo y en la propia Niza. En esa ciudad de los Alpes marítimos franceses, el 10 de agosto de 1938 nacía Alain Luis Eugenio, hijo de Dante, nieto de Pedro.

La incertidumbre política y económica de la inmediata posguerra desalentaba la permanencia en Europa. En contraste, del otro lado del Atlántico la joven América irradiaba un horizonte promisorio. La familia Baudena puso rumbo hacia el Río de la Plata y desembarcó en Montevideo en septiembre de 1950.

La estabilidad política y el crecimiento económico de Uruguay en la década del 50 estimularon la renovación del parque automotor a través de la importación y resultaron un campo fértil para el desarrollo de algunos sectores industriales inexplorados. Dante consiguió trabajo muy pronto en la carrocera Gaya Pérez y más tarde creó su propia empresa, París–Niza, la primera fábrica de carrocerías metálicas del vecino país. El taller se especializó en el carrozado de chasis-cabina, denominación que por entonces se les asignaba a los coches sin carrozar que ingresaban como vehículos utilitarios con un arancel reducido. Paris-Niza trabajó sobre chasis de las más diversas marcas, desde las occidentales Alfa Romeo, Bedford, Fiat, Hillman y SIMCA, hasta las que llegaban del otro lado de la “cortina de hierro” como IFA de Alemania Oriental y Skoda de Checoslovaquia.

A los 16 años, Alain se incorporó al taller como aprendiz y también como intérprete de su padre que apenas pronunciaba algunas palabras en castellano. Mientras tanto, completaba su formación en la Escuela de Industrias Navales de Montevideo.

El negocio funcionaba muy bien, pero a fines de los 50 la situación económica se volvió inestable y la recesión afectó a la industria carrocera. Dante optó por probar suerte del otro lado del charco, donde la incipiente industria automotriz argentina daba señales claras de consolidarse.

Baufer, de utilitarios a Sport Prototipos

En nuestro país, Dante Baudena se asoció con Jaime Vicente Salazar. Alquilaron un local de tres plantas en el barrio de San Telmo donde construyeron el primer prototipo de “La Diligence”, un utilitario con chasis de Rastrojero y motor Hurricane.

Por entonces, y con escasas excepciones, la producción automotriz nacional estaba limitada a vehículos utilitarios. La ausencia de automóviles de pasajeros dejaba en manos de carroceros independientes la conversión de estos utilitarios en vehículos familiares. El noble Jeep de IKA ofrecía una plataforma ideal para ser reinterpretado en infinidad de roles que satisficieran las más variadas necesidades de movilidad.

Dante encontró en Ramón Febrer al socio ideal para construir carrocerías y montarlas sobre el chasis del legendario modelo. La fusión de ambos apellidos dio nacimiento a la sociedad Baufer. Febrer alquilaba un local en la calle Monroe al 3200 donde se inició la producción que incluía las puertas delanteras y traseras, los laterales y el techo; también se realizaba la tapicería completa y los trabajos de pintura.

A partir de 1960, el joven Alain se sumó a la sociedad. Ese año las grandes fábricas de origen norteamericano presentaron las primeras pick up de producción nacional. José Froilán González era dueño de una concesionaria Chevrolet y a través de un amigo en común se puso en contacto con Baufer para que le construyera una rural a partir de una pick up de la marca del moño. La llegada de “Pepe” al taller de Monroe cambiaría por completo el destino de la sociedad.

Inspirado en el Impala de 1959, Alain diseñó una carrocería con una voluptuosa cola con aletas, molduras y flechas que replicaban el estilo del sedán norteamericano. Froilán quedó encantado con el diseño y la expuso en su agencia. Los pedidos comenzaron a llover y Baufer llegó a fabricar 18 carrocerías por mes.

El furor de las rurales Chevrolet duró hasta 1962, cuando la aparición del Chevrolet 400 las desplazó definitivamente del mercado. Las ventas se precipitaron y amenazaron la subsistencia del emprendimiento, pero una vez más el “Pepe” fue el salvador cuando les llevó su Ferrari de Fuerza Libre para que le reparasen la carrocería que estaba destruida. Los Baudena comprendieron que era mejor hacer una nueva que restaurar la vieja y así lo hicieron. Sacaron chapa de su oficio y construyeron una carrocería original de aluminio tipo roadster. Una vez más, el arte de Baufer sedujo al gran piloto argentino que, casi sin querer, les abrió las puertas del automovilismo argentino.

González les encargó un trabajo similar para un Maserati-Chevrolet de seis cilindros. Con este auto, Jorge Cupeiro obtuvo la edición 1966 de las tradicionales 500 Millas de Rafaela. Los autos de Baufer comenzaron a llamar la atención de los pilotos de la época que de a poco se fueron acercando al taller de Coghlan. Por entonces, el Turismo Carretera experimentaba una era de profundas transformaciones. La irrupción de los autos compactos encendió la alarma entre los pilotos de las obsoletas cupecitas que estoicamente presentaban batalla a pesar del abismo tecnológico. Muchos recurrieron al talento de Dante y Alain para encontrar soluciones que las hicieran más competitivas.

Rejuvenecer a las cupecitas era todo un desafío. Frente a la contundente superioridad técnica y constructiva de los compactos solo quedaba el recurso de extender su agonía alivianándolas, haciéndolas más seguras y mejorando sus casi inexistentes cualidades aerodinámicas. Para alivianarlas, en Baufer se remplazaron los paneles de chapa de acero por otros de aluminio en todas aquellas piezas donde se pudiera como trompas y tapas de baúl y en componentes más complejos como tanques de agua, nafta y aceite.

Los Baudena fueron innovadores en la incorporación de jaulas antivuelco y en reforzar estructuralmente las carrocerías para aportar mayor seguridad y tenida. Introdujeron soluciones novedosas como la colocación de cinturones de seguridad de tipo arnés unidos a la jaula y desarrollaron un sistema de traba de seguridad para evitar que las puertas se abrieran en caso de accidentes. Todo esto sin descuidar la sensibilidad estética; los caños estructurales se colocaban detrás de los parantes para evitar que fueran visibles.

Baufer significó una bocanada de aire fresco en el anquilosado automovilismo argentino. Por su experiencia como carroceros, los Baudena aportaron soluciones innovadoras, especialmente en la manera de vincular los elementos mecánicos con la carrocería. En un comienzo se limitaron a mejorar las cupecitas de serie pero luego desarrollaron un sofisticado proceso de producción que replicaba el aplicado en los talleres europeos. El punto de partida era una estructura de caños sobre la cual se realizaba el enchapado utilizando láminas de 1 ½ mm de espesor unidas mediante soldadura autógena. De esta manera, se obtenía una unidad rígida y compacta, pero liviana. La eliminación de remaches para unir paneles y su remplazo por soldadura de punto reducía el peso del conjunto y mejoraba la terminación. Esta fue toda una evolución en la construcción de las carrocerías.

El interior y los tapizados se realizaban íntegramente en el taller. Las butacas se construían internamente con chapa embutida y luego se tapizaban.

En los diseños de Baufer, las trompas resultaban más bajas y penetrantes. Se aplicaban formas fluidas que canalizaban el aire y mejoraban la aerodinámica. Para evitar elementos salientes se integraban a la misma pieza parrillas, ópticas y guardabarros. En algunos casos, se adoptaban elementos de autos de serie para emparentarlos con las marcas que representaban. Con creatividad y una refinada técnica, los Baudena fusionaban elementos de épocas disimiles en un conjunto funcional y estéticamente coherente.

Pero a pesar de todo este esfuerzo, los compactos ganarían la batalla. El primero en ingresar al taller Baufer fue el “Chevitú”, un Chevy II norteamericano con carrocería dos puertas que Froilán González había importado especialmente para experimentarlo en el TC.

La originalidad, la seguridad y la calidad constructiva no solo llamaron la atención de los pilotos sino también de los equipos oficiales de las grandes marcas norteamericanas que por entonces hicieron una fuerte apuesta por el automovilismo para apuntalar las ventas de sus modelos.

En 1967 llegaba un importante contrato con Ford para la construcción de un prototipo diseñado por Pedro Campo bajo la supervisión de Horacio Steven, titular de Competición S.A. Baufer construyó dos unidades del revolucionario deportivo, conocido como “Prototipo Ford”. La primera debutó el 16 de julio de 1967 en el autódromo de Buenos Aires. Pero la vida de estas innovadoras creaciones fue breve y quedó empañada por dos accidentes fatales. Ante estos luctuosos episodios, Ford abandonó el proyecto y Horacio Steven se vio forzado a renunciar.

Sin embargo, el vínculo entre Ford y Baufer prosiguió. Para la temporada siguiente la fábrica de Pacheco le encargó la fabricación de 10 unidades del Falcon angostado, el arma de Ford para enfrentar a los Torino.

En 1969 se puso en marcha la primera temporada de Sport Prototipos, una sofisticada categoría que tuvo a Baufer como activo protagonista. Alain diseñó autos que participaron con mecánicas de las tres grandes marcas: Chevrolet, Dodge y Ford. Destacados corredores como Jorge Cupeiro, Juan Manuel Bordeu, Carmelo Galbato y Andrea Vianini, entre otros, pilotaron autos construidos por Baufer. La Comisión de Concesionarios de Carreras de Chrysler (CCCC) contrató sus servicios para la temporada SP de 1969. Fueron tiempos de mucha creatividad y experimentación. Asesorados por el ingeniero “Pancho” Lucius, fueron los primeros en incorporar los alerones NACA en el automovilismo.

Otro tema que apasionaba a Baudena eran los reglamentos. Alain participaba activamente en la redacción junto a destacados constructores y diseñadores como Oreste Berta, Paco Martos, Vicente Formisano, Horacio Steven y Heriberto Pronello.

El automovilismo le había dado una gran visibilidad y lo había convertido en un destacado referente, pero al mismo tiempo lo había alejado de su familia. Hacia 1973, Alain decidió desvincularse del ambiente de los autos de carrera, pero siguió relacionado con la actividad deportiva como proveedor de jaulas antivuelcos, tanques de aluminio y butacas para Turismo Nacional y de trompas en fibra para Turismo Carretera.

En 1974, la monótona actividad del taller fue interrumpida con la construcción del Chevy DB, un original diseño de Jorge Ferreyra Basso sobre una cupé Chevy de serie. El auto fue un trabajo especial para un grupo de estudiantes rosarinos y su nombre era un homenaje a Dante Baudena quien había fallecido en 1970.

NUESTROS HÉROES: ALAIN BAUDENA, MiuraMag
Un café con Alain. Una charla mano a mano con uno de los más destacados constructores del automovilismo argentino.

Regreso a las fuentes

Durante años Alain se dedicó al taller hasta que se saturó, lo alquiló y se dedicó a viajar como representante de productos para automóviles. Esta nueva actividad lo alejó una vez más de su familia y también del diseño y construcción de autos, pero en 1983 fue su mujer quien oportunamente le comentó de un aviso donde pedían “carroceros con capacidad para interpretar planos en la zona de capital”. Baudena se presentó. Era la empresa Eniak, una fábrica de transformadores y estabilizadores electrónicos de unas 200 personas en el barrio de Mataderos. Luis Gaggino, su dueño, lo reconoció enseguida y lo llevó a un galpón para mostrarle el proyecto. Alain se desilusionó. Era una especie de Jeep de diseño muy rústico del que ni siquiera se sabía sobre qué chasis montar. El joven empresario había sumado al proyecto a Pedro Campo. Luego de muchos años, ambos diseñadores se reencontraron en la oficina técnica de la fábrica y enseguida coincidieron en la inviabilidad del proyecto. A cambio, propusieron algo muy diferente: un deportivo con diseño retro para fabricar en pequeña serie. Gaggino dio el sí.

La química fluyó de inmediato y el inmenso talento de los dos constructores dio nacimiento a uno de los mejores (¿el mejor?) auto fuera de serie construido en nuestro país: el Antique.
Alain volvió a su taller en 1990 para iniciarse en una nueva actividad, la restauración de autos antiguos. Hizo trabajos con las más diversas marcas como Alfa Romeo, Ferrari y Morgan. No solo los restauraba, sino que en algunos casos de avanzado deterioro los reconstruía por completo. El negocio funcionó muy bien hasta que la recesión económica de fines de los 90 lo obligó a bajar las persianas. Baudena emigró a California y se incorporó a Metalcrafters, la empresa creada por el argentino Juan Gaffoglio.

De regreso en 2001 se ocupó de la restauración y construcción de algunos de los automóviles que se exhiben en el Museo del Automovilismo Juan Manuel Fangio, en Balcarce, como el SIMCA-Gordini, la berlineta que corrieron Fangio y Froilán González en las 24 horas de Le Mans, y el Lancia Ferrari D-50, un proceso de dos años que incluyó chasis y habitáculo completos y la recreación del tanque de nafta, un finísimo trabajo a la vieja usanza que requirió un preciso montaje con cientos de remaches.

En 2005 se incorporó a la empresa Reklus para diseñar y construir vehículos especiales. Construyó réplicas de las marcas Stutz, Isotta Fraschini, Delage y Maserati, entre otras.
Con 82 años, Alain se mantiene en plena actividad en su taller de restauración de clásicos. Fue un artífice de la ley que permitió la construcción de automóviles de bajas series y participa entusiastamente en las reuniones de la asociación que nuclea a los constructores independientes.

Baudena es una marca registrada en el ambiente del automóvil gestada a través de una extensa tradición familiar. Un talento que conjuga forma y función, que crea, interpreta y transforma. Una particular sensibilidad para palpar la forma, gozar la curva y convertir la fría chapa en viva expresión de arte al servicio de la performance y la historia de los autos.

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