Una aventura en la altura

Una aventura en la altura

Con mi Viejo nos une una verdadera relación de amistad. Y una de las razones porque somos tan buenos amigos es porque compartimos la misma pasión por las motos. Cuando nos juntamos podemos empezar hablando de cualquier tema, pero siempre terminamos hablando de motos. Él cuando era joven corría en óvalos de tierra, en campeonatos zonales amateur de Córdoba y Santa Fe. Después se puso un taller mecánico, pero siempre siguió siendo un loco por las dos ruedas. Desde hace varios años tiene una banda de amigos con las que se juntan a rodar cada vez que pueden, y tres o cuatro veces al año hacen viajes más largos.

Como no podía ser de otra manera, a mí me transmitió la misma pasión. Cuando tenía poco más de tres años, nos armó una motito a mí y a mi hermano más grande (que me lleva un año). Así que ya antes de entrar a la primaria, en lugar de andar en bici con rueditas, andábamos en moto con rueditas. A los seis me llevó por primera vez a una carrera, y si yo ya era un enfermo en ese momento, a partir de ahí no pude pensar en otra cosa: correr en motos de pista. Y la verdad es que tuve suerte, porque pude cumplir el sueño de mi vida. Ya a los 15 empecé a correr profesionalmente en el Campeonato Argentino de Velocidad, y como anduve muy bien a los 16 me llevaron a Estados Unidos a correr en la Red Bull US Rookies Cup, una categoría especial para nuevos talentos. Después pasé por las categorías Daytona Sportbike y Supersport, hasta que en 2010 me fui para Europa para competir en el Campeonato Italiano de Velocidad. A partir de ahí fui alternando entre la FIM Superstock 1000 Cup –donde salí campeón mundial en 2014 con una Ducati– y el Campeonato Mundial de Superbikes, que siempre fue mi mayor desafío.

La cuestión con todo esto es que hace más de 12 años que vivo afuera, y a mi Viejo le toca mirar las carreras por la tele, salvo las pocas veces a las que puede viajar. Y cada vez que vuelvo a la Argentina de visita siempre hablamos de hacer algún viaje. Pero por alguna otra razón, nunca lo habíamos podido hacer. Hasta ahora.

Ducati es mi marca de motos favorita. Con una Panigale R conseguí mi mayor logro deportivo hasta ahora, que fue el Campeonato Mundial FIM Supertsock 1100 de 2014. Claro que la vida de un piloto profesional es muy cambiante, y me surgieron buenas oportunidades en otras marcas. Pero siempre se vuelve al primer amor. A fines de 2019 firmé con el Team Motocorsa de Superbike, así que este año voy a correr con una Ducati V4 R. Cuando ya estaba cerrando el contrato en noviembre del año pasado, me encontré en Bolonia con Mauro D’Annunzio, el gerente de marketing de Ducati Argentina, y le comenté esto del viaje pendiente que tenía con mi Viejo. Justo estaban organizando uno en diciembre, que es el mes que siempre vuelvo a la Argentina. Además, yo venía de una temporada difícil y necesitaba desconectarme… O más bien conectarme con otras cosas. Mauro me dijo “no se diga más”, e inmediatamente me ofreció prestarme dos Multistrada para hacerlo, una para cada uno. Era el empujoncito que necesitaba.

La verdad es que el viaje lo organizaron mi Viejo y su banda de punta a punta. Cuando les di el OK para sumarme, no tenía ni idea de por dónde iban a andar; me enteré recién cuando llegué a la Argentina. La idea era salir de Jesús María y encarar para el Norte, hasta llegar a Cafayate, con un buen tramo de montaña por los Andes. Luego volver al punto de partida, pasando por Termas de Río Hondo. Yo tengo muchísima experiencia arriba de dos ruedas en la pista, pero no tanta en motos de trial o enduro. Así que cuando me dijeron el recorrido, lo que más me emocionó fue la parte de montaña y offroad, que me pareció la más desafiante y divertida. A las partes de ruta no les tenía tanta fe, porque pensé que iban a ser un poco aburridas.

Finalmente arrancamos el viaje 7 motos, incluidos mi Viejo y yo, más una camioneta de apoyo en la que iban dos amigos míos, y Nico, el fotógrafo de MiuraMag, para dejar registro de viaje.

La primer parte en ruta, desde Córdoba hasta Fiambalá, resultó no ser aburrida para nada. Y eso en gran parte gracias a la Multistrada 950. Quedé fascinado con la moto. Primero porque es hermosa: no dudé un segundo en elegir una roja para mí, porque me parece que es el color que mejor le sienta (igual la blanca que le tocó a mi Papá también era espectacular). La Multistrada tiene cuatro modos de manejo (Enduro, Urban, Touring y Sport), así que uno siempre puede encontrar una buena respuesta acorde al tipo de terreno o a su estilo de manejo. Para la ruta el modo Touring es ideal, ya que la moto va súper relajada. El modo Urban es un poco más suave, y con el modo Sport, se pone más “permisiva” aunque sin llegar a ser demasiado radical. Para la ruta lo fundamental es que se siente muy segura, porque frena como los dioses, tiene control de tracción y un ABS que funcionan bárbaro. El modo Enduro lo dejamos para más adelante…

La etapa siguiente era subir desde Fiambalá hasta Antofagasta de la Sierra. Ahí sí estaba planificado un camino bastante más exigente, con una primera escala en un pueblito muy chiquito llamado Las Papas, que está perdido en medio de la Cordillera. El tema es que empezamos a subir en altitud muy de golpe y ya de temprano muchos nos empezamos a sentir bastante mal. Tanto es así que salimos a las 7 AM de Fiambalá y recién al mediodía llegamos a Las Papas, es decir, casi cinco horas para un trayecto que en el mapa eran menos de 100 km lineales. Finalmente llegamos al pueblito, comimos y tomamos algo y rápidamente nos subimos arriba de las motos para seguir subiendo. Yo al poco tiempo ya empecé a sentirme mal en serio, pero ni me imaginé lo que se venía.

Al poco tiempo de andar había una subida de arena que se suponía que era cortita. El tema es que la arena era muy blanda para este tipo de motos pesadas… y pasó lo inevitable. El primero que pasó se encajó, el segundo se encajó, pasé yo y me encajé… Realmente no podíamos seguir. Pasa que la altura realmente te mata: te sentís cansado, débil, y yo encima tenía vómitos. Nunca me imaginé que me iba a pegar así. No tenía fuerza para nada. Además, se suponía que yo era el “deportista de alta competición” en el grupo, y lo cierto es que era el que peor se sentía. Al principio me tuve bancar un buen gaste por parte del grupo, pero al rato ya nadie tenía fuerzas ni para reírse. Podíamos hacer 15 metros y nos enterrábamos de nuevo. Sacábamos la moto, otros 15 o 20 metros y atasco de nuevo. Estuvimos como 3 o 4 horas parados, tratando de recuperar fuerza, hasta que poco a poco pudimos empezar a sacar las motos con la ayuda de la camioneta de apoyo.

Finalmente logramos salir de ese terreno e hicimos 2 o 3 km más sobre una superficie más dura. Yo iba adelante, y de pronto otra subida más con arena… Y nos volvimos a enterrar todos. Ahí ya me empecé a preocupar en serio. Eran como las 6 o 7 de la tarde, empezaba a hacer frío y estábamos a 5.000 metros. El sol estaba cayendo y ya nos empezaba a invadir una fea sensación de desamparo. Me sentía débil.

El camino era tan angosto que casi no entraba la camioneta. Tuvimos que correr las motos para un costado, hacer pasar la pickup e ir subiendo las motos de a una. Nuestras Ducati realmente se la bancaban, pero por momentos el terreno se volvía tan blando que no había manera. La verdad es que entre todos nos ayudamos mucho, aunque sea empujando. A mí me tocó subir varias de las otras motos. Subía la mía por tramos, luego bajaba y le subía la moto a otro. Hecho bolsa como estaba y todo, había que hacer lo posible por salir de ahí.

Justo cuando ya nos invadía una sensación de darnos por vencidos, nos salvó el Destino. Nosotros estábamos parados, en nuestro peor momento de agotamiento y frustración, con una perspectiva cada vez más difícil de salir de ahí, y de pronto pasó un lugareño en una camioneta. Lo increíble es que resultó ser dueño de la posada donde nos íbamos a hospedar en Antofagasta de la Sierra, nuestra siguiente parada. Él venía de bajada, en dirección contraria a la nuestra, y nos prometió que en 2 o 3 horas pasaría de nuevo en su vuelta a Antofagasta. Esa vuelta nos salvó porque nos ayudó muchísimo a desenterrar las motos y sacarlas del maldito banco de arena.

Así que finalmente logramos avanzar, y para las 8 de la noche fui el primero que logró llegar arriba. Como ya se hacía muy tarde decidimos empezar a bajar con los otros tres que fueron llegando, para hacer punta y que no nos agarre la noche cerrada. En un momento estábamos pasando cerca del Campo de Piedra Pómez, uno de los lugares a los que habíamos planeado llegar de día; yo iba adelante con la noche cerrada y en un momento me di cuenta que no tenía ni idea de por ni hacia dónde estaba yendo. Y mis compañeros tampoco. Me paré y dije “acá fuimos”… Así que empezamos a pensar donde parar y dónde buscar reparo para pasar la noche. Pero milagrosamente nos pudimos reunir con el resto del pelotón y entre todos encontramos el camino a la Ruta Provincial 43. Todavía nos faltaban 50 kilómetros más hasta Antofagasta que se hicieron eternos. Incluso uno pinchó en ese trayecto.

Cuando llegamos a la posada de nuestro amigo estábamos todos destruidos. Tal es así que el día siguiente dormimos todo el día, y decidimos acortar bastante la ruta para poder tomarnos las cosas con mucha más calma. Creo que todos coincidimos en que nuestro afán de aventuras intensas ya estaba más que satisfecho. Lo que sí hicimos fue volver al Campo de Piedra Pómez, porque era una picardía haber pasado tan cerca y no haber podido verlo y disfrutarlo. Realmente valió la pena, porque es un lugar increíble.

A partir de ahí fue todo muy tranquilo. Un viaje “normal”, digamos. Todos disfrutamos mucho del paseo y de los paisajes de Cafayate y tantos otros lugares increíbles. El sueño de vivir una gran aventura con mi Viejo y sus amigos estaba cumplido.

COMENTARIOS