Crónica de viaje: Un cuento de Maserati en Japón

Crónica de viaje: Un cuento de Maserati en Japón

Todo empezó con un llamado:
—Rena, tengo una propuesta para hacerte. Una que no vas a poder rechazar…

La frase de tono padrinesca es atribuible a Leandro Fara, el gerente de marketing y prensa de Maserati Argentina. Leandro tenía razón, porque era una propuesta de esas que nadie en su sano juicio podría haber rechazado: un viaje a Japón para probar las nuevas Maserati Levante GTS y Trofeo con sus flamantes motores Ferrari. Sí, leyó bien, probar Maseratis en Japón.

Pero al momento del llamado no me quedó otra alternativa que decir que no. Pasó que la fecha del evento –del 13 al 17 de noviembre aproximadamente– se superponía con un viaje que ya tenía programado desde hacía meses. Nada menos que festejar el cumpleaños número 40 de mi novia, y nada menos que en Nueva York, un lugar a la altura del acontecimiento que había que celebrar.

Y ese viaje, que incluía a cuatro amigos más, ya estaba prácticamente pago desde hacía meses, incluso a un valor muy conveniente (cuando el dólar en Argentina todavía valía 20 pesos…). El costo económico de “bajarme” de ese viaje era aún más alto que pagarlo, pero ni se comparaba con el costo emocional, porque la idea de no estar con Romina en su cumpleaños era absolutamente impensable.

La desilusión fue enorme. Conocer Japón, y especialmente Tokio, siempre fue uno de los sueños de mi vida. Lo increíble es que para esas mismas fechas ya había tenido que rechazar otro viaje a Marruecos. Fue el que finalmente “ligó” mi amigo Carlos Cristófalo, y que engalana varias páginas de esta misma edición de Miura. En definitiva, parecía ser una racha de mala suerte con respecto a los viajes “periodísticos”.

A veces, para que la vida se haga de nuestra medida, es necesario aplicar un poco de “pensamiento lateral”. ¿Qué pasaba si me “hacía una escapada” a Japón desde Nueva York? Bueno, en principio me iba a perder el cumpleaños de Romina, algo que no me hubiese permitido ni por conocer la ciudad de mis sueños. Ahora bien: ¿qué pasaba si llevaba a Romina a Japón? No parecía ser un mal regalo de cumpleaños, sobre todo teniendo en cuenta que su abuelo paterno era japonés, y conocer el país de sus ancestros también era uno de sus sueños.

La primera gran noticia fue cuando Málek Fara –hermano mayor de Leandro y CEO de Maserati Argentina– me dijo que en lugar de ir con pasaje y hotel ya definidos, me podía dar un presupuesto para que “me arregle”, en tanto y en cuanto estuviese a la hora y lugar indicados para cumplir con el cronograma de actividades del evento. La segunda gran noticia fue que un pasaje ida y vuelta a Tokio desde Buenos Aires salía lo mismo que dos ida y vuelta desde Nueva York. Y así fue como el cuento de hadas empezó a tomar forma.

La agenda del evento de Maserati era relativamente breve –apenas un día y medio–, así que el plan era llegar un par de días antes para tener la posibilidad de pasear y conocer un poco Tokio. Y mientras yo participaba del evento, Romina tendría un tiempo extra para pasear. Llegar desde Nueva York no fue tan fácil: mucho tiempo de vuelo (¡pasando por arriba del Polo Norte!), varias horas de escala en Pekín y un uso horario que literalmente se da vuelta. Pero valió la pena al infinito.

Japón es un lugar fascinante. Creo que para un occidental puede tomar una vida entera entender cómo funcionan realmente las cosas, pero bastan solo unos minutos para darse cuenta de que es un lugar extraordinario. Más allá del idioma y la fisonomía de la gente, todo es relativamente similar a lo que estamos acostumbrados, pero a la vez muy diferente: la arquitectura, la comida, los olores… Pero lo que más llama la atención es la amabilidad, el respeto y la paciencia de la gente, sobre todo en los espacios públicos. No quiero caer en conclusiones simplistas acerca de la cultura japonesa con solo unas pocas horas de turista, pero incluso intuitivamente se percibe una inteligencia muy particular en el uso del tiempo y el espacio. Permanentemente se respira una sensación de orden, disciplina y cuidado por los detalles. Y hay mucho que se puede empezar a entender del funcionamiento de las marcas niponas estando en su lugar de origen.

Con Romina nos hospedamos en un pequeño y simpático hotelito que estaba a solo dos estaciones de metro de la base de operaciones que Maserati había elegido para la experiencia: el Aman Hotel, uno de los más caros, exclusivos y refinados de Tokio. Ahí estaban alojados los anfitriones de la marca y el resto de los periodistas invitados, que eran solo cuatro: una influencer de lifestyle proveniente de Ecuador y tres periodistas de India especializados en autos. El evento –que tenía el nombre “Maserati Winds: a Japanese Tale” (algo así como “Vientos de Maserati: Un Cuento Japonés”)– estaba organizado en tres etapas consecutivas: una para periodistas japoneses, una para China y Sudeste asiático y la tercera para el “Resto del Mundo”, que fue la que me tocó en suerte.

Todo buen cuento de hadas tiene que tener un hada madrina. La nuestra fue María Conti, la jefa de comunicación global de Maserati y Alfa Romeo. María fue la encargada de darme la bienvenida al cuando llegué al Aman Hotel y me dio la información de rigor acerca de lo que estaba planificado para el día siguiente con las Levante. Cuando llegó mi turno de contarle cómo había llegado ahí y en qué circunstancias, quedó encantada con la historia de Romina yendo a pasar un cumpleaños tan importante a la tierra de su abuelo. “Esto es lo que se dice un Cuento de Maserati en Japón”, me dijo con una sonrisa, y acto seguido me invitó a ir a buscarla para que se aloje conmigo en el Hotel Amán. Ante mi insistencia de que no era necesario, que no hacía falta la molestia, etc., etc., me dio una respuesta tan simple como contundente: “Podemos hacerlo; somos Maserati”.

María arregló que uno de los magníficos Maserati Quattroporte de la organización me llevara a buscar a Romina a nuestro hotelito, y así fue como la parejita terminó en una gigantesca habitación en el piso 38 del Aman Hotel, con una increíble vista al centro de Tokio. En otros viajes había tenido la suerte de estar en lindos hoteles, pero ninguno como este. Aman es una conocida cadena de resorts de lujo con presencia en más de 30 ciudades del mundo, pero a diferencia de algunas franquicias estadounidenses que aplican el mismo estilo en todos sus hoteles, este tenía una interpretación del diseño y la filosofía japonesas digna de admiración. Y más particular aún era el hecho de estar compartiéndolo con la persona que más quiero en el mundo. Mirando las luces de Tokio me di cuenta de que estaba viviendo un sueño… y todavía faltaba mucho de lo mejor.

Al día siguiente comenzó el verdadero “trabajo”: el test drive de las Levante GTS y Trofeo por un recorrido alrededor del Monte Fuji. Shinkansen (alias “Tren Bala”) mediante, nos trasladamos a Odawara, unos 60 km al sudeste de Tokio, para tomar contacto con las unidades de prueba. Pero la partida no fue desde un lugar ordinario. Los autos nos esperaban en el Hotoku Ninomisha Shrine, un tradicional templo sintoísta, donde un sacerdote realizó una ceremonia muy tradicional para proteger tanto a los participantes como a los autos. Al parecer la gran mayoría de los japoneses, ya sean religiosos o no, participan de este tipo de ceremonias. No llegué a concluir si es una cuestión de espiritualidad o de cábala. Bueno, tampoco tengo claro si hay mucha diferencia entre ambas cosas.

Nos distribuimos de a dos por auto, y naturalmente me tocó de compañera Cristina, la simpática influencer ecuatoriana. Lo particular era que toda la flota de vehículos tenía el volante a la izquierda y en Japón se maneja por la derecha, “a la inglesa”. Manejar al revés parecía algo intimidante, pero uno se acostumbra rápido, incluso con una mole como la Levante. Solo hay que estar muy atento en las intersecciones, con respecto a la dirección de la que vienen los autos y que carril tomar a la hora de doblar.

El test drive estaba organizado en dos tramos. Uno desde el Templo hasta el lugar donde almorzaríamos, y otro –bastante más largo– hasta la estación de Mishima, donde tomaríamos el Shinkansen para la vuelta a Tokio. Para el primero nos tocó la Levante GTS, que para el caso era la versión “tranquila”, con 70 CV menos que los 560 (!) de la Trofeo. El camino fue espectacular, lleno de curvas y desniveles, que invitaban a pisar el acelerador para probar el comportamiento dinámico del auto. Pero estando en Japón, manejando al revés, y tratando de no pifiarle a la ruta marcada en el GPS, todo el trayecto fue a velocidades muy tranquilas. Fue una buena oportunidad para comprobar más que nada el confort del auto y disfrutar sus amenities. A primera vista (y a primer tacto) se aprecian las importantes mejoras que estas nuevas versiones tienen con respecto a la versión V6 que ya habíamos probado en con Carlos Cristófalo en MiuraMag#3. El confort y la calidad percibida interior son excelentes, por no decir fabulosos. Varias de las pequeñas inconsistencias de calidad que habíamos notado desaparecieron casi por completo. Para destacar, por lo superlativo: el delicioso tapizado de cuero natural “Pieno Fiore” y el equipo de sonido Bowers & Wilkins que hace que cualquier playlist suene como en la Scala de Milán. El sistema de infotainment es muy competente, sobre todo la aplicación de guiado por GPS, indispensable para no perderse en las desconocidas rutas japonesas. Puedo decir sin temor a equivocarme que todo lo que mejor que tiene el Grupo FCA está puesto en este auto.

El almuerzo fue otra demostración del cuidado que la gente de Maserati le puso a la organización del evento. Fue en el Nest Inn Hakone, un hermoso restaurante muy tradicional al que se dice que solía concurrir el Emperador y el menú fue una Bento Box, una preciosa cajita de madera que contiene una variedad de deliciosos bocadillos típicamente japoneses.
Antes de volver a la ruta, tuvimos el honor de disfrutar de un workshop con Giovanni Ribotta, nada menos que el Director de Diseño de Maserati. La noche anterior ya había tenido la oportunidad de charlar un poco con él, a partir de la mención de un buen amigo en común: Juan Manuel Díaz, el rosarino que actualmente está a cargo del diseño de Audi Motorsports, con quien Giovanni compartió varios años en Alfa Romeo. Charlar sobre autos y diseño “como amigos” con el tipo que tiene la responsabilidad de hacer algunos de los autos más lindos del mundo fue otro de los privilegios que tuve la suerte de disfrutar.

Durante el workshop fue muy interesante la explicación acerca de cómo los elementos icónicos de Maserati –propios del lenguaje formal de los GT– se aplicaron en un formato novedoso para la marca, como un SUV. El capot largo, la parrilla lo más baja posible, los guardabarros delanteros “separados visualmente” del capot… todo eso funciona bien en la Levante, que se percibe inmediatamente como un Maserati. Giovanni y su equipo se las arreglaron para convertir el gran peso visual del vehículo –propio de una SUV– en una voluptuosidad muy femenina y curvilínea; muy “italiana” en esa idea de belleza femenina que va desde Sofía Loren a Mónica Bellucci. Claro que para equilibrar, el auto tiene por dentro el estilo y la galantería de un Marcello Mastroiani.

Volvimos a la ruta en la versión Trofeo, y a esa altura ya empecé a sentir cierta ansiedad por dejar que el auto se “exprese” acorde a todo el potencial que había debajo de su capot. La suerte me acompañó. Luego de un par de altos en la ruta para sacar fotos frente a paisajes de ensueño (el Océano Pacífico de un lado, la silueta del Monte Fuji del otro…), paramos en una especie de reagrupamiento propuesto Filippo Pensotti, el tester oficial que comandaba la caravana, ya que el resto de mis colegas (los 3 indios) se habían perdido en el camino y estaban tratando de ubicarlos. Nos quedaba todavía un tramo de ruta muy sinuoso por la península Izu y, ya que éramos solo dos autos, Filippo me preguntó (en un inglés italianísimo):

—Want to push?
—Oh Yeah!”—fue mi respuesta, que en mi cabeza se tradujo como un “y daaaaleeee”.

Filippo arrancó con un ritmo ligerito y, en la medida que me seguía viendo pegado a su cola por los espejitos retrovisores, empezó a poner un poco más de ímpetu. Todo el tiempo a velocidades seguras –según su experto criterio–, pero lo suficiente como para ir entendiendo las capacidades dinámicas del auto. El comportamiento de la Levante Trofeo, de más de dos toneladas y un centro de gravedad bastante alto, es impresionante. Se mueve con una agilidad y una firmeza dignas de un sedán deportivo, incluso en el modo “Normal” que es el que venía seteado a esa altura del trayecto. El rolido era casi nulo y el vehículo copiaba con muchísima precisión cada mínimo gesto del volante. Había potencia para sobrepasos de sobra (una obviedad) y unos frenos –Brembo– superlativos. Lo que más me llamó la atención, al menos aferrado al volante, fue la poca sensación de desplazamiento de masas, típica de los SUV, por más deportivos que se pretendan. Creo que la sensación no era la misma para mi acompañante –la influencer ecuatoriana–, cuyo bronceado natural iba dando paso un tono levemente blanquecino. Pero nada para preocuparse por el momento.

En un par de tramos prefijados –particularmente despejados– aceleramos de verdad. Era el momento de aplicar el modo Corsa (exclusivo de la versión Trofeo), salteando el modo Sport que ya había probado para algunas aceleraciones post-peaje con la GTS. Ahora sí, la Levante se convierte en un misil teledirigido. El delicioso ronroneo sordo del V8 pasa a ser un rugido gutural, y el auto sale disparado ante la más mínima presión del acelerador. Pero lo más impresionante es cómo se agarra al piso. Pasa que en este modo las suspensiones bajan neumáticamente 35 mm y se ponen considerablemente más firmes. Y las Continental 265/35 (adelante) y 295/30 hacen su trabajo con una adherencia impresionante. Lo suficiente como para sentirse muy seguro tomando las curvas cerradas a buena velocidad, y lo suficiente para subirme la adrenalina a niveles “gran turismo”. Según el Google Translator, “diversión total” se dice “saidai no tanoshimi” en japonés. Bueno, eso.
Insisto: es impresionante estar manejando relativamente tan alto y sentirse tan aferrado al piso con una dirección tan directa. Pero evidentemente no es la misma sensación que siente un pasajero: a esta altura mi compañera ya estaba evidenciando algunos tonos verdosos en su rostro y realmente temí que el contenido de su Bento Box termine adornando el exquisito tapizado Piano Fiore. Por suerte para ella, el tramo de máxima diversión terminó rápido y volvimos a un paso razonable.

La única decepción fue que después de haber andado con la Levante en modo Corsa por los alrededores del Monte Fuji, la vuelta a Tokio a 300 km/h en el Shinkansen fue bastante menos emocionante que a la ida.

Para la vuelta al hotel todavía nos esperaban algunas sorpresas. Para Romina, una botella de vino francés “por su cumpleaños” que la esperaba –con dos copas y una encantadora notita– en una mesa baja frente al majestuoso ventanal de la habitación del hotel. Hasta en esos detalles estuvo presente nuestra “Hada Madrina”. Y para cerrar, una exquisita cena con todo el grupo en el Bulgari Restaurant, el mejor restó italiano de Tokio que, dicho sea de paso, es la ciudad con más restaurantes con estrellas Michelin en el mundo. Al día siguiente, nos convertimos en calabazas y volvimos a la vida real.

Con experiencias “exóticas” y exclusivísimas como esta, Maserati nos está queriendo decir que es una marca realmente especial. Que incluso dentro del terreno de los autos de alta gama, es distinta. Una suerte de “mensaje” de la Levante a su archirrival, la Porsche Cayenne, que a pesar de sus extraordinarias cualidades es percibida como un auto más “normal”. Por eso, aun estando en el mismo rango de precios (de 90.000 a 170.000 euros en Europa, aproximadamente), el target de la Levante –y de Maserati en general– apunta mucho más a las emociones caprichosas que despierta el “lujo”, que a la racionalidad aspiracional de los productos “premium”.

Pero esta estrategia no está exenta de dificultades y desafíos. El finado Sergio Marchionne (Q.E.P.D.) había anunciado hace cinco años un objetivo de ventas global para el Tridente de 70.000 unidades anuales. En 2017 arañó las 50.000, lo cual no está nada mal (sobre todo considerando que para Alfa Romeo se habían previsto unas 400.000 para este momento, y a duras penas pasa las 100.000…). El tema es que ese ambicioso volumen de ventas ubica a la marca más en la zona “premium” que en la de “lujo”. Y, aunque parezca paradójico, el público premium es bastante más exigente con respecto a ciertas cuestiones vinculadas a la fiabilidad y la calidad que el comprador de lujo. Este último se mueve mayormente por emociones (o caprichos), y con tal de obtenerlas está dispuesto a tolerar inconsistencias que un comprador premium –más racional si se quiere– no soportaría. El problema es que los alemanes llevaron la vara a la estratósfera, y tienen mucha plata para sostenerla… El desafío de Maserati es estar a esa altura, con recursos bastante menores.

Mi experiencia con las Levante Trofeo y GTS en Japón me dice les sobra la talla para el desafío. Pero yo no soy un potencial comprador de la marca.
Soy solo un muchacho que cumplió uno de los sueños de su vida.

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