Una religión llamada velocidad

Una religión llamada velocidad

El Futurismo, una vanguardia artística que hizo del auto, su ruido y su potencia el símbolo del avance tecnológico.

“Nosotros afirmamos que la magnificencia del mundo se ha enriquecido de una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un automóvil de carreras, con su capot adornado de gruesos tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo, un automóvil rugiente […] es más bello que la Victoria de Samotracia”. 

Manifiesto Futurista, 1909.

 

20 de febrero de 1909. En los últimos 35 años pasó de todo: los hermanos Wright lograron el primer vuelo sostenido de la historia y Karl Benz patentó el considerado primer automóvil. Apareció el teléfono, la lámpara eléctrica, el cinematógrafo y, gracias a Kodak, se masificó la fotografía. Cambia el mundo y cambian las mentes.

Dentro de un mes, en Irlanda, comenzará la construcción del Titanic: ¿cómo no creer ciegamente en la fuerza de la tecnología? Son los años de la Belle Époque y reina un clima de euforia y optimismo, aunque el fin de la fiesta esté a la vuelta de la esquina y se llame Primera Guerra Mundial. Pero volvamos, 20 de febrero de 1909. Hace dos días que Enzo Ferrari cumplió once años y Le Figaro, en París, publica un documento llamado Manifiesto Futurista.

“Nosotros queremos cantar el amor al peligro”, arranca la diatriba. La firma el escritor italiano Filippo Tommaso Marinetti, y es el acta fundacional de la segunda vanguardia artística –después del cubismo de Picasso de 1907– del siglo XX: “Queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, […] hemos creado ya la eterna velocidad omnipresente”.

Una religión llamada velocidad, MiuraMag

El futurismo pretende romper con el pasado en tanto lo estático, viejo y medieval. Su Dios será el avance tecnológico, al que rinde culto, y en cuyo corazón está el aumento de la velocidad. Dos jóvenes inventos representaban esa movilidad arrolladora a la perfección: el auto y el avión.

Que la fascinación por la velocidad llega a nuestros días es indiscutible. También se puede arriesgar una profundización de esa tendencia, que sin pedir permiso se metió en los hogares y en la subjetividad del individuo. ¿O quién no siente una leve ansiedad sosegada cuando el doble check del WhatsApp se pinta de azul rápido y sin demora?

Tal vez ese no sé qué de la inmediatez, incorporado hoy de una forma que difícilmente tenga vuelta atrás, pueda encontrar un delgado hilo de conexión con el primer movimiento que enalteció a la velocidad y su capacidad transformadora: el futurismo. Un movimiento, atención, que terminó vinculado al fascismo, que celebraba la guerra como “higiene del mundo” y que despreciaba a la mujer.

Auto del mundo

Para entender los cambios que el automóvil produjo, primero hay que visualizar su terrible expansión en apenas unas décadas. Como invento surgió a fines del siglo XIX, y ya en la primera mitad del sigo XX se consolidó definitivamente. Su impacto atravesó a la sociedad toda, y sus huellas se pueden rastrear en la literatura, los periódicos, la fotografía, el cine, la pintura y hasta en la música.

En su libro La vida cultural del automóvil, Guillermo Giucci sostiene que el invento llegó como una nueva fase del progreso técnico, como algo transversal: “Estaría situado más allá de la religión, la ideología, la identidad sexual, las clases sociales, el modelo económico y los estados-nación”.

El nombre más vinculado a su masificación sin duda es Henry Ford. A diferencia de lo que se suele creer, su invento no fue la cadena de montaje, sino que esta no se detenga nunca. A ese método se lo llamó fordismo, y significó que el obrero tuviera que adaptarse a su ritmo (y no al revés). Chaplin lo explicó mucho mejor en Tiempos Modernos, en una escena en la que literalmente pasa a formar parte de la máquina.

Una religión llamada velocidad, MiuraMag

Según Giucci, a principios del siglo XX las empresas que quieren fabricar autos son cada vez más: 215 en los Estados Unidos, 167 en Francia, 112 en Inglaterra, 35 en Alemania, 11 en Italia y otras tantas en Austria, Bélgica, Canadá, Dinamarca, España, Holanda y Suecia.

Argentina no es ajena al fenómeno. En Autos, rutas y turismo, Melina Piglia asegura que en 1901 en el país había 129 vehículos en circulación, en 1910 eran 4.800, en 1921 llegaban a 75.000 y en 1931 a 420.000. Entre las décadas del 20 y del 30, sostiene, Argentina fue el país latinoamericano con más automóviles, y entre el cuarto y séptimo a nivel mundial. La expansión de las cuatro ruedas se refleja en la construcción de caminos. En 1932 –presidencia de Agustín Justo– había unos 2.000 kilómetros, que para 1944 eran casi 60.000.

El futuro llegó

En la Edad Media las cosas estaban fijas. Hasta la Tierra estaba quieta en el centro del universo. Será el proceso que conocemos como Modernidad el que, de la mano del capitalismo y de la noción de progreso científico, va a aportar una nueva valoración de lo dinámico.

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Para Gustavo Varela, filósofo, ensayista y docente en la Universidad de Buenos Aires (UBA), la importancia del movimiento se aceleró en el último tercio del siglo XIX, donde no por casualidad apareció el automóvil. “Los futuristas creen que la velocidad y el movimiento son el principio de las cosas, de todo lo que es. Al plantear esto se están haciendo cargo de un problema filosófico”, explica. “Fueron visionarios al advertir que el nuevo signo de los tiempos está marcado por la velocidad”, amplía Esteban Ierardo, también filósofo y docente de Historia del Arte en la UBA. Desde su perspectiva, no ven al auto en su función de transporte, sino como símbolo de una cultura moderna atravesada ya sin punto atrás por la tecnología.

Pero, ¿qué quieren decir los futuristas cuando afirman que un auto de carrera es más bello que la Victoria de Samotracia? “Esa escultura que está en el Louvre es un símbolo del arte griego clásico, basado en la armonía y la serenidad. Pero para ellos la velocidad libera hacia nuevas formas de belleza, que tienen que ver con la sociedad industrial”, asegura Ierardo.

Como casi todas las vanguardias artísticas buscaban eliminar la distancia que separa arte y vida. Para sus integrantes, esas máquinas nuevas y redentoras como el auto escondían belleza hasta en los sonidos que producían. A tal punto que Luigi Russolo creó una orquesta futurista compuesta no por instrumentos sino por objetos de la vida moderna.

En el manifiesto “El arte de los ruidos” de 1913, afirmó: “La vida antigua fue toda silencio, […] Beethoven y Wagner nos han trastornado los nervios, […] disfrutamos mucho más combinando idealmente los ruidos del tren, de motores a explosión, de carrozas y de muchedumbres vociferantes”.

En literatura la obsesión de los futuristas fue la misma, como declararon en el manifiesto ad hoc: “Queremos expresar la vida del motor, nuevo animal instintivo, […] después del reino animal se inicia el reino mecánico, […] preparamos la creación del hombre mecánico de partes intercambiables”.

Guerra, mujer y velocidad

Con la lupa de hoy, el Manifiesto Futurista de 1909 resulta como mínimo escandaloso. El punto nueve dice: “Queremos glorificar la guerra –única higiene del mundo–, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los anarquistas, las bellas ideas que matan y el desprecio a la mujer”.

Cabe recordar que a la Primera Guerra Mundial se llegó con un aire triunfal, y son famosas las colas de personas para enrolarse. Varela ofrece su mirada: “Les parecía que había llegado el momento, una guerra total, al fin el ser humano iba a poder conquistar quién es, aunque nadie sabía muy bien qué significaba eso”.

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Lo que ocurre es que para el futurismo, cuyos líderes terminaron vinculados a Mussolini y Hitler, la destrucción del pasado era una forma de belleza. “Para ellos toda la parafernalia bélica que destruye al mismo tiempo produce escenografías nuevas que son bellas. La destrucción es redimida por su poder de creación de nuevos paisajes”, apunta Ierardo.

En cuanto al desprecio por la mujer, para Varela tiene que ver con lo potente del patriarcado en Italia, entendiendo por patriarcado a la administración general de las cosas. Ierardo cree que la causa es que la mujer, en tanto símbolo de la belleza romántica, es parte de ese pasado que los futuristas querían superar. Pero volvamos al concepto del movimiento. Al ser tan importante para los futuristas, es justamente de lo que pretenden dar cuenta en sus cuadros, en los que superponen imágenes o trabajan con fotos movidas dispuestas en un mismo plano.

Así y todo, la pregunta por la fascinación que ejerce la velocidad sigue, y llega incluso hasta la actualidad. Si tomamos el caso de los pilotos de carreras, por ejemplo, al preguntarles suelen destacar que ir rápido los obliga a estar absolutamente concentrados en lo que están haciendo, que es, de algún modo, olvidarse de todo lo demás.

Desde una mirada más filosófica, Varela plantea que manejar es atravesar el tiempo con una daga, que es el auto: “Hay todo un mundo que se va, yo creo que por eso la velocidad es una de las profundidades más requeridas. La velocidad del auto es una ansiedad mecánica”. Desde hace más de un siglo que existen personas dispuestas a arriesgar su vida por batir récords de velocidad. Hay autos a la venta –caso Bugatti Chiron– que superan los 400 km/h, y ni que hablar de los aviones. Una carrera sin fin. “Pareciera que el último techo es la velocidad de la luz, la máxima que un móvil puede alcanzar, según Einstein”, concluye Ierardo.

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Futuristas 2016

Cuando se repasan los documentos del futurismo queda clara su obsesión demagógica por el movimiento, el ruido y todo lo que tenga que ver con la moderna sociedad industrial. Si bien el manifiesto fundacional es el de 1909, a ese siguieron otros como el de los pintores futuristas (1910), la literatura futurista (1912) y la arquitectura futurista (1914). Incluso existió uno de la mujer futurista (1912), en respuesta al desprecio que en el primer manifiesto se le dispensaba. La Primera Guerra Mundial, íntimamente vinculada a los avances de la técnica, sería una pared contra la que chocaría el movimiento. Nadie esperaba tamaña masacre ni que durara tanto.

“Nuestra cultura es una suerte de triunfo de la filosofía futurista”, arriesga Ierardo. La velocidad se volvió omnipresente –en el ritmo del cine comercial, en las publicidades, en las noticias, la TV– y la pausa solo es posible, a su juicio, mediante un retardamiento. ¿Cómo? En el caso del auto utilizándolo, por ejemplo, como medio de una actitud contemplativa, como una forma de recorrer paisajes y no como un objeto de exhibición.

No deja de ser curioso: lo que en los albores del siglo XX se planteó como un impulso que venía a romper con el pasado y a instaurar un nuevo orden de cosas, más de 100 años después tiene un alcance tal que es difícil de precisar. Nadie que piense las sociedades actuales omitiría un concepto como el de velocidad. Para Varela también se puede encontrar la estela del futurismo en 2016: “De la máquina mecánica a la digital hay una aceleración más aguda, lo que pasa hoy creo que es una profundización de lo que ya estaba”.

Se mantiene, intacto, el misterio de la fascinación por la velocidad. ¿Por qué atrae más la imagen de una persona en un descapotable con los pelos al viento que la misma persona en ese mismo descapotable pero detenido? Cortázar intuyó algo en su cuento Las babas del diablo: “La gente dentro de un auto detenido casi desaparece, se pierde en esa mísera jaula privada de la belleza que le dan el movimiento y el peligro”.

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